miércoles, 6 de febrero de 2013

CAPITULO 4

Cuando abro los ojos me siento aliviada al darme cuenta de que no estoy muerta; sin embargo, mi madre y mi mejor amigo si lo están. ¿Que va a ser de mi vida sin ellos?
Me miro el brazo. Tengo un tubo que sale de él y llega hasta una bolsa de suero. Me mareo al ver la vía que me han puesto para conectar el tubo a mis venas. Siempre me ha mareado todo lo que tiene que ver con la sangre.
Ya no llevo puesto mi uniforme del colegio, sino un frío camisón blanco cuya textura no agrada a mi piel. No me cuesta mucho averiguar que la habitación en la que me encuentro pertenece a un hospital.
- ¡Por fín te has despertado, dormilona!- Me dice Garret. Espera... ¿Garret?. No me lo explico, ahora por lo visto veo muertos, esto si que es una novedad.
Mi madre también está aquí, sentada en una butaca con los ojos cerrados. Empiezo a pensar que no estoy viva, que yo también estoy muerta, pero entonces entra mi doctora y me explica que me desmayé durante la clase de lengua. Pensaban que estaba dormida, pero al ver que no  me despertaba, decidieron llamar a la ambulancia y aquí estoy: temblando de miedo por el recuerdo de mi madre muerta en el suelo flotando en un lago de sangre.
-¿Te encuentras bien?- me pregunta la doctora al ver mi cara descompuesta .
-Sí, claro.- miento.
La doctora sale del cuarto y me quedo a solas con mi madre y con Garret. No están muertos, no estoy muerta, estamos todos bien. Ha sido solo un sueño, estamos a salvo. No, no estamos a salvo. Ocurren cosas terribles cuando tengo esta clase de pesadillas.
Cuando tenía 6 años soñé por primera vez con él, llamemosle el asesino blanco. En mi pesadilla, mataba a mi abuelo. No le clavó un cuchillo como a mi madre, ni le ahogó con sus propias manos, como hizo con Garret: yo iba paseando con él por la calle, me contaba historias fantásticas sobre la guerra, sobre todos esos cañones y metralletas. El asesino blanco pareció leerle la mente. Las balas de la metralleta le acertaron en el corazón.
Me desperté llorando, gritando, histérica. Le conté todo a mi madre y me dijo que no pasaba nada, que solo había sido una pesadilla. Todo el mundo tiene pesadillas, es normal. Hasta que pasa algo malo en la realidad.
La semana siguiente de tener el sueño pasó una cosa horrible: Mis abuelos estaban por el centro de la ciudad de compras paseando tranquilamente. Habían tenido una vida muy feliz juntos y ese verano iban a celebrar sus bodas de oro, querían invitar a toda la familia a grecia, iba a ser muy divertido pero el viaje no se llegó a hacer . Cuando ya se iban a ir del centro, mi abuelo fue a por el coche mientras mi abuela esperaba en la acera con las bolsas de la compra. Cualquiera que la viese no adivinaría su edad. Era una mujer muy guapa, alegre y activa; nunca paraba. Lo que más le gustaba era viajar, recorrerse el mundo, gusto que compartía con mi abuelo, así que no les veíamos mucho, pero les teníamos mucho cariño.
Ese día había mucho tráfico en la calle, cuando mi abuelo consiguió llegar al punto donde habían quedado un policía le dijo que había habido un accidente. Un coche había perdido el control y se había subido a la acera atropellando a mi abuela. La llevaron rápidamente al hospital pero llegó tarde.  Siete días después de la muerte de mi abuela, mi abuelo decidió que no quería seguir viviendo si no estaba ella. Se suicidó con una de sus metralletas.